martes, 21 de junio de 2016

Compartir la tristeza de todos y trabajar para transformarla en alegría

Esta idea del título de la entrada es la que quiso trasladar el Papa Francisco en la audiencia jubilar del 13 de mayo pasado. A continuación un resumen de sus palabras.
Entre los aspectos de la misericordia, hay uno que consiste en sentir piedad o apiadarse de los que necesitan amor.
La pietas, la piedad, es un concepto presente en el mundo greco-romano, donde se indicaba un acto de sumisión a los superiores: sobre todo la devoción a los dioses, después el respeto de los hijos hacia los padres, sobre todo ancianos. Hoy, sin embargo, debemos estar atentos a no identificar la piedad con el pietismo, bastante difundido, que es solo una emoción superficial y ofende la dignidad del otro.
Al mismo tiempo, la piedad no se debe confundir con la compasión que sentimos por los animales que viven con nosotros; a veces se siente esto hacia los animales, y se permanece indiferente hacia el sufrimiento de los hermanos.
La piedad de la que queremos hablar es una manifestación de la misericordia de Dios.
En los Evangelios se habla del grito espontáneo que personas enfermas, endemoniadas, pobres o afligidas dirigían a Jesús: “Ten piedad” (cfr Mc 10,47-48; Mt 15,22; 17,15). A todos Jesús respondía con la mirada de la misericordia y el consuelo de su presencia. En estas invocaciones de ayuda y petición de piedad, cada uno expresaba también su fe en Jesús, llamándolo “Maestro”, “Hijo de David” y “Señor”. Intuían que en Él había algo extraordinario, que le llevaba a ayudar y salir de la condición de tristeza en la que se encontraban. Percibían en Él el amor de Dios mismo. Y también si la multitud se aglomeraba, Jesús se daba cuenta de esas invocaciones de piedad y se apiadaba, sobre todo cuando veía personas que sufrían y heridas en su dignidad, como en el caso de la hemorroísa. Para Jesús sentir piedad equivale a compartir la tristeza de quien encuentra, pero al mismo tiempo a trabajar en primera persona para transformarla en alegría.
También nosotros estamos llamados a cultivar actitudes de piedad delante de tantas situaciones de la vida, sacudiéndonos de encima la indiferencia que impide reconocer las exigencias de los hermanos que nos rodean y liberándonos de la esclavitud del bienestar material.
Miremos el ejemplo de la virgen María, que cuida de cada uno de sus hijos y es para nosotros creyentes icono de la piedad.