jueves, 31 de marzo de 2016

miércoles, 30 de marzo de 2016

ENTERRAR A LOS MUERTOS




Supongo que habría una época en la que la gente quedaba sin enterrar. Muertos en guerras, en epidemias, o en la pobreza, tal vez eran abandonados de cualquier modo, para ser fruto de la rapacidad de animales o descomponerse a la vista de cualquiera. Quizás aún ocurra en algunos lugares del mundo. Y en esos espacios, probablemente esa delicadeza última de enterrar cuerpo, cenizas o lo que se tercie; ese pudor otorgado al cadáver, como memoria respetuosa con la persona que se ha ido, seguirá siendo, literalmente, la obra de misericordia. Pero, ¿tiene sentido en un mundo más acomodado seguir hablando del entierro como una obra de misericordia, o es tan solo una profesión más, vinculada a las funerarias o subsidiada por el estado de una forma aséptica y mecánica si no hay quien lo haga?

Creo que hay otra forma de entender esto del “entierro”. Tiene que ver con acompañar la muerte. Tiene que ver con ayudar a la gente a despedirse. Tiene que ver con cuidar el duelo. Y con facilitarle a las personas que puedan “dejar marchar” a los seres queridos. La experiencia de la muerte sí que es universal –e inevitable–. Todos pasaremos por ella, y todos acompañamos a personas que tienen que lidiar con la pérdida de un familiar, un amigo… Pérdidas que en ocasiones son dolorosísimas. En ese contexto del entierro, la misericordia se  pone en juego de muchas maneras, pero en todo caso es para ayudar a los vivos a despedirse y para conceder a los que se han ido el descanso digno –abierto a otra vida en función de las creencias de cada cual– .

Misericordia, entonces, es  acompañar a los vivos en la espera, en esos días difíciles de desasosiego y de acostumbrarse a la pérdida. Acompañar cerca o lejos, con la palabra o el silencio –nunca se sabe bien–. Evitarles –si es posible–los tópicos. Es acoger su dolor, sin forzarles a pasar página demasiado rápido. Es lidiar con las incertidumbres. Es dar –si uno los tiene–motivos para la esperanza.  Es cuidar también que las despedidas sean dignas. Honrar la memoria de los que se van sin enzarzarse en discusiones absurdas (porque eso también pasa), y procurarles el tipo de despedida que hubieran querido. 

En la película “Despedidas” se advierte la profunda sensibilidad de una forma de despedir a los muertos. También en un libro de ciencia ficción “La voz de los muertos”, de Orson Scott Card, donde se describe un precioso rito funerario consistente en contar la verdad de la vida de las personas, su verdad más profunda, más completa, más humana.  Son dos ejemplos. Pero, al final, cada uno tendremos que saber cómo despedir y honrar la memoria de los que se han ido. De eso se trata.

FUENTE. José María Rodríguez Olaizola. www.pastoralsj.org


miércoles, 23 de marzo de 2016

ASISTIR AL ENFERMO



Hoy no utilizaré metáforas ni rodeos. No hablaré de las enfermedades espirituales, ni de enfermedades sociales. No. La enfermedad es esa realidad que nos acaba alcanzando a todos. Es esa condición natural a la que nuestro cuerpo tiende por el hecho de estar vivo y no ser perfecto. La sufrimos en nosotros y la vemos en otros. La podemos negar, cambiar de nombre y evitar en nuestras conversaciones. O la podemos afrontar y aprender de ella. 

Con el tiempo he ido descubriendo algo que sólo intuía cuando elegí medicina como profesión. Y es que la enfermedad nos sitúa en nuestro justo lugar y saca de nosotros una de las verdades más profundas. Se convierte en maestra. Dura y exigente, pero maestra. 
Hay enfermedades banales que nos ponen apenas una piedra en el zapato. Un pequeño susto. A veces un tratamiento crónico que no nos condiciona mucho más. Esa piedra en el zapato se convierte casi en la oportunidad de hacer consciente el que caminamos.

Otras veces la enfermedad, propia o ajena, nos pone ante una realidad más seria, más grave. Nos pone frente a frente de nuestra finitud. Echa por tierra nuestro afán de omnipotencia y fortaleza. Nos desgasta hasta que un día nos lleva consigo o nos arrebata al ser querido. 

Es ahí donde aparece, casi por milagro, la realidad más honda. Que ni salud ni enfermedad; ni vida larga ni corta; nos quitan un ápice de nuestra verdad más profunda: ser criaturas de Dios. Todo lo demás no añade ni resta nada a esa dignidad y belleza fundamental. Por eso asistir a un enfermo no es más que visitar a la otra persona en esa verdad desnuda: eres mi hermano. Y yo no soy ni más ni menos. Puedo entonces acompañar sin verborrea ni moralina, puedo quedarme en silencio sin compasiones doloristas, puedo hasta bromear sin que eso sea una huida del problema. Es simplemente estar con el otro. Visitar la persona y no la enfermedad. Ahí está el alivio más profundo. 



FUENTE. José María Rodríguez Olaizola. www.pastoralsj.org

viernes, 18 de marzo de 2016

La misericordia es dejarse corregir por Dios

El papa Francisco celebró el miércoles 2 de marzo otra audiencia general en la plaza de San Pedro. Reflexionó sobre la relación que existe entre misericordia divina y corrección.
En el resumen de la catequesis que Francisco hizo en español indicó que “Dios se comporta con nosotros como un padre de familia, que ama a sus hijos, los socorre, los cuida, los perdona. Y que también los educa y corrige cuando se equivocan, para ayudarlos a ser responsables, a crecer en el bien y en la libertad”.


De este modo, aseguró que la relación “padre-hijo” es figura de la alianza entre Dios y su pueblo. Esta relación –precisó el Santo Padre– se fragmenta cuando el hombre rechaza la paternidad de Dios. “A causa del pecado, pretende convertir la libertad en autonomía y, dejándose llevar por el orgullo, se contrapone a él y vive en una ilusión de autosuficiencia”, aseguró Francisco.

Por otro lado, subrayó que “cuando el pueblo se aleja de Dios, desconfía de él y no le obedece, experimenta entonces la aflicción de la prueba. Dios la permite con vistas a la salvación, para que el pueblo pecador, sintiendo el vacío y la amargura del estar lejos de él, pueda abrirse a la conversión y al perdón”. Y así, el Pontífice quiso recordar que “Dios habla amorosamente a la conciencia de sus hijos, para que se arrepientan y se dejen amar de nuevo por él”. Asegurando que “la salvación es siempre un don gratuito de Dios”, advirtió de que “supone la decisión de escucharlo y dejarse convertir por él”.

Finalmente, el Santo Padre aseveró que “la corrección forma parte del camino de la misericordia divina”. Dios –concluyó– perdona a su pueblo, deja siempre una puerta abierta a la esperanza, Dios no cierra nunca la puerta, y le indica que el camino de la salvación no es el de los sacrificios, sino la práctica del bien y la justicia.



A continuación, saludó a los peregrinos de lengua española: “Que el Señor Jesús nos alcance la gracia de acoger el perdón y la misericordia que el Padre ofrece gratuitamente a todos, para que aprendamos a vivir como hijos suyos”.

Tras finalizar los saludos en las distintas lenguas, Francisco dedicó unas palabras a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. A los enfermos, les invitó a mirar la cruz de Cristo “como apoyo en vuestro sufrimiento”. Y para concluir, exhortó a los recién casados a ejercitar en su vida conyugal “el ayuno de las obras del mal y la práctica de las virtudes”.

miércoles, 16 de marzo de 2016

OBRAS DE MISERICORDIA



Este año va a ser el «tema estrella» esto de la misericordia. Y no está mal. Aunque lo de tema estrella suena demasiado mediático, demasiado coyuntural y demasiado efímero, como ocurre con tantas modas. Ahora toca hablar de misericordia, como en otro momento tocará hablar de justicia, amor, paz o bienaventuranza. Sería un error plantearnos así las cosas. El evangelio tiene pilares fundamentales que nunca deberían apagarse o silenciarse. Entre ellos, sin duda, la misericordia es clave. Este jubileo que comenzamos es ocasión para recordarlo. No para que ahora sea tendencia y luego se olvide. Sino para que ahora lo recordemos, y siempre lo vivamos.

Ese es el sentido que tiene dedicar una serie a las obras de misericordia. Misericordia alude a la capacidad de vibrar y compadecerse con las fragilidades y miserias ajenas. Pero no basta vibrar. Hay que actuar. En un contexto donde se percibe demasiado a menudo el egocentrismo y el egoísmo como camino para salir adelante, la llamada a abrirse a los otros es trasgresora. Si el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras. 

¿Cómo entender hoy unas urgencias que  en distintos contextos son diferentes? ¿A quién hay que alimentar, acoger, o vestir? ¿A qué enfermos hay que atender en un mundo de hospitales y servicios públicos diversos? ¿Qué significa hoy enterrar a los muertos, en un mundo donde todos los procedimientos están estandarizados? ¿Hasta qué punto hay que seguir soportando a las personas molestas? ¿Qué diferencia hay entre las obras llamadas corporales y las espirituales?

FUENTE. www.pastoralsj.org

martes, 15 de marzo de 2016

Ser misericordiosos como el Padre significa seguir a Jesús en el camino del servicio

El sábado 12 de marzo por la mañana el papa Francisco concedió la tercera audiencia con motivo del Jubileo de la Misericordia, en la que ha seguido meditando sobre el tema ‘misericordia y servicio’, señalando cómo san Pedro se opuso a la idea de lavar los pies, y en cambio Jesús con este gesto nos enseña a ser servidores, más aún: siervos, como Él ha sido siervo para nosotros. Porque el amor es el servicio concreto que nos damos los unos a los otros.

Lavatorio de los pies
Indicó que lavarse los pies significa también confesarnos mutuamente las faltas y rezar los unos por los otros, para saber perdonar de corazón. Y que servir olvidándose de sí mismo esto es amor, porque ser misericordiosos como el Padre, significa seguir a Jesús en el camino del servicio.

A continuación el texto completo de la audiencia:

« Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Nos estamos acercando a la fiesta de Pascua, misterio central de nuestra fe. El evangelio de Juan -como hemos escuchado- narra que antes de morir y resucitar por nosotros, Jesús cumplió un gesto que quedó esculpido en la memoria de los discípulos: ¡el lavatorio de los pies!

Un gesto sorpresivo y que los trastornó, al punto que Pedro no quería aceptarlo. Quisiera detenerme en las palabras finales de Jesús: “¿Entendéis lo qué he hecho por vosotros? […] Si yo, el Señor y el Maestro os he lavado los pies, también vosotros tenéis que lavaros los pies los unos a los otros”.

Así Jesús indica a sus discípulos el servicio como el camino que es necesario recorrer para vivir la fe en Él y dar testimonio de su amor. El mismo Jesús ha aplicado a sí la imagen del ‘Siervo de Dios’ utilizada por el profeta Isaías, ¡Él que es el Señor, se vuelve siervo!

Lavando los pies a los apóstoles, Jesús quiso revelar la manera de actuar de Dios hacia nosotros, y dar el ejemplo de su ‘mandamiento nuevo, de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, o sea dando la vida por nosotros. El mismo Juan lo escribe en su Primera Carta: “De esto hemos conocido el amor: Él ha dado su vida por nosotros; por lo tanto también nosotros tenemos que dar la vida por nuestros hermanos […] Hijos, no amemos con palabras ni con la lengua, pero con los hechos y en la verdad”.

El amor, por lo tanto, es el servicio concreto que nos damos los unos a los otros. El amor no son palabras, son obras y servicio; un servicio humilde, hecho en el silencio y escondido, como Jesús mismo ha dicho: “No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”.


Esto comporta poner a disposición los dones que el Espíritu Santo nos ha dado, para que la comunidad pueda crecer. Además se expresa en el compartir los bienes materiales, para que nadie tenga necesidad. Esto de compartir y de dedicarse a quien está en necesidad es un estilo de vida que Dios sugiere también a muchos no cristianos, como un camino de auténtica humanidad.

Como última cosa, no nos olvidemos que lavando los pies a los discípulos y pidiéndoles que hagan lo mismo, Jesús nos ha invitado también a confesarnos mutuamente nuestras faltas y a rezar los unos por los otros, para saber perdonarnos de corazón.


En este sentido, nos acordamos de las palabras del santo obispo Agustín cuando escribía: “No desdeñe el cristiano hacer lo que hizo Cristo. Porque cuando el cuerpo se dobla hasta los pies del hermano, también el corazón se enciende, o si ya estaba se alimenta el sentimiento de humildad […]

San Agustín
Perdonémonos mutuamente de nuestros errores y recemos mutuamente por nuestras culpas y así en de algún modo nos lavaremos los pies mutuamente.

El amor, la caridad y el servicio, ayudar a los otros, servir a los otros. Hay tanta gente que pasa la vida así, sirviendo a los otros. La semana pasada he recibido una carta de una persona que me agradecía por el Año de la Misericordia; me pedía rezar por él, para que pudiera estar más cerca del Señor.

La vida de esta persona es atender a la mamá y a los hermanos: la mamá en cama, anciana, lúcida pero no se puede mover y el hermano es discapacitado, en una silla de ruedas. Esta persona, su vida es servir, ayudar. ¡Y esto es amor! ¡Cuando te olvidas de ti mismo, piensas a los otros, esto es amor!

Y con el lavado de los pies el Señor nos enseña a ser servidores, más aún: siervos, como Él ha sido siervo para nosotros, para cada uno de nosotros.

Por lo tanto queridos hermanos y hermanas, ser misericordiosos como el Padre, significa seguir a Jesús en el camino del servicio. Gracias».

jueves, 3 de marzo de 2016

Arte y Jubileo de la Misericordia

La Biblioteca Apostólica Vaticana quiere sumarse a la celebración del Jubileo de la Misericordia.
Biblioteca Apostólica Vaticana

Han elaborado una obra de arte, un dibujo, llamado Misericordiae Vultus  representa las siete grandes iglesias de Roma: San Pedro, San Juan de Letrán, Santa María Mayor, Santa Cruz de Jerusalén, San Pablo, San Lorenzo y San Sebastián Extramuros.

En la parte inferior del dibujo se pueden ver los muros vaticanos con la Puerta Santa abierta como símbolo de acogida. Delante de ella, se representan varias obras de misericordia. Como se sabe, tanta una como otras son grandes símbolos que el Papa Francisco ha querido poner de relieve en este Jubileo.

Misericordiae Vultus

Hay una mesa que representa las obras de dar de comer a los hambrientos y de comer a los sedientos, y también está la mesa del altar, con el pan, el vino y un libro. En los extremos se representan las obras de misericordia acoger a los forasteros y visitar a los encarcelados.

Tampoco faltan otras acciones como lavar los pies, escuchar a los que dudan o curar a los ancianos.

De Misericordiae Vultus solo se han elaborado 200 ejemplares.

No es la primera vez que la Biblioteca del Vaticano encarga un dibujo artístico así.

También lo hizo en el Jubileo del año 2000 con Forma Urbis Romae, que recogía los monumentos de Roma.